EDITORIAL

Los últimos meses fueron de mucho debate acerca de la necesidad de baja de la edad de imputabilidad. El argumento es que sería una forma de impedir hechos de delincuencia. No obstante, también hay un discurso que la medida posibilitaría la reinserción de jóvenes en la sociedad. El ministro de justicia de Argentina, German Garavano, en una de sus declaraciones dijo: “Nuestro objetivo es que en el futuro haya menos jóvenes en conflicto con la ley penal; que cada vez sean más los que estudien y trabajen y que sean valorados socialmente para lograr una sociedad más pacífica”.[1]

La mirada punitivista por parte del Estado y de grande parte de la sociedad, sin embargo, no permite una profundización sobre la problemática. En los últimos años, los crímenes no punibles representan menos del 1%.

Lxs jóvenes que causan tanta preocupación al estado y a la clase media tienen un estigma sobre donde habitan,  color y forma pre-definida. Son adolescentes de la periferia llamadxs “negrxs” por su condición social, sus vestimentas y sus códigos.

Chicxs del barrio

La segregación impuesta por un sistema basado en la meritocracia es un factor estructurante. Coloca lxs adolescentes de los sectores más vulnerables en un lugar que se les niega la inserción a la “buena sociedad”, la sociedad de los ciudadanos de bien, que pagan sus impuestos y cumplen con sus “obligaciones”.

Esta sociedad expulsa de sus espacios todo  lo que a ella no pertenece. Lo que es ofrecido como bienes de cultura, educación y salud a quienes no están en conformidad con el buen funcionamiento de este modelo, es lo que les corresponde. La idea de que cada unx debe estar en su debido lugar y no querer ascender a lo que no es tuyo por derecho –o por hipocresía– es la base de sostenimiento de la brutal desigualdad que pasan lxs chicxs del barrio –nacen condenados por existir–.

La narrativa de que todas las personas nacen iguales y por lo tanto tienen las mismas oportunidades es una ficción que, todavía, no cabe en la realidad. A lxs chicxs del barrio les es negado el derecho a tener derechos. En cambio, les es dicho que deben aceptar esta condición de forma pasiva a fin de no molestar la estructura pacífica de convivencia entre los actores de la sociedad.

Las fuerzas represivas del Estado están siempre atentas para proteger al sector “bueno” de la sociedad. Crean sus propias leyes en el espacio que se transforma en “tierra de nadie”. En los barrios, la intervención militar nunca dejó de existir. Lxs chicxs del barrio son constantemente revisadxs, colocadxs como sospechxs, torturadxs y desaparecidxs por el gatillo fácil de los agentes de la muerte que eligen quienes deben vivir y morir. Estos exterminios generalmente son fuera del horario de trabajo, lo que delata la forma arbitraria de la actuación de la policía. Según la CORREPI (Coordinadora contra la represión policial e institucional) hay 300 casos de gatillo fácil por año en Argentina.

Lo que es considerado “normal” en algunos sectores de la sociedad, es algo inadmisible en otros. Si unx “hijx de la clase media” comete alguno acto ilegal, el hecho es considerado un error, pero si el mismo acto es cometido por unx chicx del barrio, es delincuencia y violencia deliberada. Debe ser castigado con el brazo fuerte de la justicia que no sólo es selectiva como también elitista.

El no derecho a la identidad

El estigma es otro factor que niega a lxs adolecentes el derecho a la identidad, no basta solo con la criminalización de la pobreza. No pertenecer a lo que se impone como “ideal” dentro de la sociedad hace que surjan distintas formas de expresión, de cultura, de identificación.

La ropa, la música, las formas de hablar y de vincularse también son rechazadas y criminalizadas. La construcción del prejuicio en el imaginario de la sociedad –difundido y validado a través de los medios de comunicación hegemónicos– es una triste realidad, además de totalitaria. La amenaza, el miedo del otro,  por el simple hecho de ser distinto, transforma  lxs adolescentes pobres en una clase criminalizable y torturable –conceptos utilizados por Mateus Utzig para caracterizar la violencia del Estado en contra pobres y negrxs–.[2]

Pareciera que estos cuerpos y estas existencias fueran vacías de alma, voluntad e identidad. La pobreza se convierte en un problema a ser combatido, ya no se piensa en quién está adentro de la ropa que viste y de la gorra que usa. Utilizar determinada ropa o hablar de una determinada forma parece ser suficiente para saber sobre la persona más que defender su identidad;  tornase menos persona que las demás. Ser considerado un potencial violento y un sospecho constante es la condición por la cual pasa la mayoría de lxs adolecentes, sin que para esto estén, necesariamente, en conflicto con la ley.

Lo que es considerado violencia, muchas veces es apenas una defensa. Es apenas una respuesta a la pregunta que hacemos desde Virginia Bolten: ¿Quiénes son lxs violentxs?

NOTAS:

[1]https://es.panampost.com/raquel-garcia/2017/01/04/crimen-juvenil-macri-bajar-16-14-anos/

[2]https://www.brasildefato.com.br/node/26541/