EDITORIAL

Estamos, más que nunca, en la era de la retórica, es decir, la conformación de pensamientos en palabras. El fenómeno de las redes sociales digitales en el siglo XXI es uno de los más importantes en la historia de la comunicación desde la invención de la imprenta en el siglo XV, se percibe una reconstrucción de la estructura social a partir de su surgimiento. Hay un cambio importante en las relaciones sociales, en los sistemas políticos y en los sistemas de valores.

Cuanto más informado, más vulnerable

Antes del surgimiento de las redes sociales digitales, la información que llegaba a la sociedad era la base de la construcción de su interpretación del mundo y se hacía importante informarse para no ser manipulado por cualquier discurso. Hoy, vivimos un momento de banalización de la mentira donde los medios de comunicación ya no cumplen el rol que –en mayor o menor grado– tenían, lo de informar a la gente. Las personas que menos acceso tienen a los medios de comunicación, las que menos leen revistas  y periódicos de comunicación masiva, las que menos entran en discusiones que tratan de problematizar noticias falsas, son las menos vulnerables a la manipulación.

Entre las personas consideradas ignorantes por desinformadas, está alguna capacidad crítica relacionada a su condición ya que no hay exposición a la manipulación, a los bien informadas por la media contemporánea está la alienación, la repetición sistemática de narrativas–“Lo digo porque lo leí en el diario tal” –que sirven para la construcción de un mundo Frankenstein. Nos estamos consolidando como sociedad sensible a la construcción individual de subjetividades permeables. Como expresa Emil M. Cioran, “En cuanto alguien se deja envolver por una certeza, envidia en otros las opiniones flotantes, su resistencia a los dogmas y a los slogans, su dichosa incapacidad de atrincherarse en ellos”.

La información está íntimamente vinculada a los mercados, su lógica es la del crecimiento basado en los resultados, sin importar cuales sean los medios, inaugurando un período de profunda crisis política y social igualmente asociada a la moral mercantilista.

La construcción de los espacios políticos

La libertad de expresión, factor fundamental a la democracia y a la garantía de la dignidad de la persona humana, está asegurada en tratados internacionales en la Declaración Internacional de los Derechos Humanos (ONU, 1948 –art.19), en la Convención Americana sobre Derechos Humanos (OEA, 1969 –art.13) y en el Pacto Internacional sobre los Derechos Civiles y Políticos (ONU, 1966 –art.19). Sin embargo, hay muchas discusiones sobre el carácter democrático de la libertad de expresión como herramienta capaz de construir una sociedad democrática.

En el contexto político, lo que se puede notar, con el ascenso de las derechas neoliberales, es que las redes sociales tienen un rol central y desafían los límites de lo que sería lo “democrático”. El derecho a decir lo que piensa, de pensar de forma distinta, de construir otras narrativas,  son factores asegurados en sociedades plurales. No obstante, la lógica segregacionista, discriminatoria y meritocrática–propia de la ideología liberal–acaba por crear un espacio de validación de estos dispositivos y su legitimación a través de una serie de factores, a destacar; el espacio de poder político-institucional. La elección de Donald Trump en EE.UU y de Benjamín Netanyahu en Israel y los discursos de Le Pen en Francia,  son casos emblemáticos. Sin embargo, también en Latinoamérica  se puede notar un avance importante de los discursos de odio provenientes de líderes políticos y políticos-religiosos, los cuales toman dimensiones sin precedentes. Las derechas democráticas –en esta democracia cada vez más carente de representatividad– se sostienen a partir del bombardeo publicitario, mediático y de emoticones en las redes sociales.

No obstante, es en la vida concreta donde se encuentran el peligro más importante. Tratando de utilizar las mismas herramientas de las derechas, las izquierdas dan una batalla en las redes sociales y en otros medios alcanzables en su afán por ganar la disputa de narrativa, pero se olvidan del territorio no mediatizado, dejando el camino abierto para la actuación de las iglesias, sobre todos las neopentecostales –con destaque a la Iglesia Universal–, en los territorios. La combinación del trabajo de contención y pacificación hecho por estas iglesias asociado con su ideología de la prosperidad, demonización de la pobreza y proyecto de poder político es una realidad a ser problematizada si se tienen intenciones de hacer una disputa realmente efectiva por el modelo de sociedad que se plantea construir desde las izquierdas.

Las instituciones religiosas también están completamente insertadas en el sistema democrático, ocupan un espacio importante en la sociedad, poseen medios de comunicación efectivos –revistas, periódicos, canales de tele, radios–, están en los espacios políticos y también están en la calle. Militan por sus pautas –marchan por la vida y contra el aborto. Difunden su ideología a través de las artes –música, teatro, literatura.

Lo que nos preguntamos desde Virginia Bolten es: ¿Qué se intenta bajo el eslogan “más democracia”?