EDITORIAL

Estamos en la era de los hashtags, de los me gusta y de los retweets. Una ola de informaciones, verdades y pos-verdades invaden las pantallas. Pero pocos posteos aprovechables llegan a afectar a la mayoría de las personas que utilizan redes sociales.

El debate sobre la democratización de la información y del fortaleciendo de la democracia surgió después de la explosión de las redes sociales y correlatos. Esta mirada todavía, no consideró el carácter de aislamiento extremo de estos instrumentos de comunicación. Lo que se creyó como herramienta de comunicación, se convirtió en una creadora de identidades, en realidad, disparando una crisis identitaria. Se busca legitimar una identidad de un yo idealizado a través de una pseudo-percepción y aprobación por parte de un otro. Un devenir virtual que se superpone a la realidad concreta de las personas.

Las redes sociales se convertirán en un espacio de contención, pero también de coerción. La disputa por el uso “políticamente correcto” y “radicalmente democrático” también trae problemas importantes. Las campañas armadas, por organizaciones partidarias de todo el espectro ideológico, crean una idea de aglutinación de masas. Las campañas se realizan a partir de la viralización de posteos en las redes sociales. Los hashtags con consignas simples son rápidamente difundidos sin el proceso de debate y profundización. Sin embargo, el hecho de compartir una consigna no significa, necesariamente, una reflexión sobre lo que se está compartiendo. Un conocimiento, muchas veces débil del tema, hace que al advertir una visibilización relevante se construya una falsa idea de apoyo cualificado a la causa.

La actividad en las redes sociales es tan efímera como su fracaso. Están quienes comparten consignas, un descargo de conciencia en lo que sería “ya hice mi parte”. También en las redes sociales hay una destrucción de los espacios verdaderamente democráticos –en el sentido en que quisiéramos que fuera la democracia– los cuales necesitan tiempo para reflexión y disposición al debate presencial, de comunicación real con el dispositivo de la escucha, la mirada, la pregunta, del cuestionamiento y consideración a la opinión del otro.

Los hashtags son el asesinato de la dialéctica. Lo que se logra en las redes sociales es un fortalecimiento del marketing deshonesto y de la despolitización a gran escala. La repetición sistemática de discursos los transforma en la negación de la narrativa misma. Rápidamente la consigna altamente politizada –o que así se pretende– se vuelve vulnerable al secuestro por el oportunismo y la manipulación. La palabra cansada agoniza y pierde el sentido transformándose en una pobre, casi nula, herramienta de dialogo y movilización comprometida.

Esta crisis de identidad creada a partir de la intromisión de las redes sociales, busca un sentido para existir. Una importante pérdida de la capacidad cognitiva es característica del actual espacio-tiempo. En el mundo de personas educadas y seducidas para el consumo, cabe a esta generación problematizar sobre la utilización de lo político como un producto más a ser consumido. La idea de eficiencia asociada a la inmediatez y al flujo de las informaciones y elecciones sin reflexión son un desafío y también una trampa: ¿Cómo hacemos para revertir este proceso?