EDITORIAL

La primera ola de automatización de las industrias a principios de los años 60 prometía un aumento del crecimiento económico y del empleo, sin embargo lo que se observa es una pérdida masiva de puestos de trabajo y un recrudecimiento de las políticas de flexibilización laboral y de reforma previsional. [1]

Hoy, en la era de los dinámicos avances tecnológicos de la industria 4.0,  la llamada “uberización del mercado del trabajo” ya es una realidad y sigue la tendencia mundial de digitalización de los vínculos en todos los niveles. Estas nuevas formas de vincularse, atravesada por una lógica de libre competencia y poca preocupación con los cuerpos que hacen el trabajo concretamente, hace surgir una precarización y explotación colectiva.

Las evidencias son visibles desde inicio de los servicios de Uber, sin embargo se extiende a  las empresas de entrega de comida y de oferta de servicios en los cuales poco importa la profesión de quienes los realizan. La forma aparentemente colaborativa, donde supuestamente las partes se ponen de acuerdo con los valores, métodos y condiciones para la realización de la compra y venta de servicios, significa la eliminación de los intermediarios entre quien consume y la empresa –en este caso las plataformas digitales– utilizando la mano de obra como simple accesorio para la realización de la transacción. No hay vínculo, obligaciones o seguridad que garantice a la persona que está realizando este trabajo un mínimo de respaldo.

Las plataformas digitales, además, dan una falsa idea  que quienes están ofreciendo su fuerza de trabajo están siendo beneficiados con la tecnología desarrollada y disponible para que cualquiera la pueda utilizar. La idea de ser empresaria o empresario de si mismo arrastra la masa de personas desempleadas a conformarse con la lógica de reorganización social en la cual hay proveedores y consumidores dispuestos a la negociación sin límites.

Si por un lado esta opción permite la supervivencia, por otro también genera una suerte de impactos a los distintos sectores de la economía que se ven perjudicados por la velocidad en que estos cambios se dan; no permitiendo una adaptación a las nuevas formas establecidas.  Las modificaciones en el comportamiento de los consumidores que buscan menores costos, sin importar cómo esta disminución en los precios es posible, profundizan la lógica neoliberal e inaugura el sentido  que todos son competidores potenciales y, por lo tanto, enemigos.  En el caso específico del Uber, los hechos de violencia directa entre las personas que trabajan vía plataformas y las que trabajan en los taxis convencionales están creciendo: registros de amenazas, persecuciones y violencia física son comunes.

Mientras tanto, las grandes empresas del sector de la Big Data aprovechan la nueva tendencia para desarrollar nuevas tecnologías que crean una  reestandarización del consumo y forman el perfil del consumidor del siglo XXI. A partir de estos cambios, el control sobre la producción es cada día mayor y en un futuro próximo significará la criminalización de las formas distintas de prestación de servicios y comercio de productos, ya que los Estados son funcionales a las corporaciones y responden a sus demandas. En este sentido, es importante también analizar los impactos de estos cambios teniendo en cuenta que –según  informe de la ONU del año 2015– un 57% de la población mundial no tiene acceso a la Internet, sobre todo en los países dichos subdesarrollados. Asimismo, estas corporaciones pagan sus impuestos en sus lugares de origen, generalmente EE.UU. o en paraísos fiscales.

La destrucción de los derechos laborales/sociales –horizonte del modelo neoliberal– y la transferencia de los costos y riesgos del trabajo a la propia persona trabajadora es la concretización del ideal capitalista, donde las necesidades de las poblaciones son un obstáculo a su reproducción.  La diferencia en esta etapa es que el avance sobre estos derechos son aceptados y naturalizados por el conjunto de la sociedad que mira hacia la inclusión digital y financiera como una forma de libertad y construcción de igualdad.

En la reunión del G-20 este año en la Argentina, uno de los ejes centrales de la agenda es “El Futuro del Trabajo”. Temas como inclusión digital y desarrollo tecnológico son planteados como centrales y buscan también “incluir” a los sectores ajenos a estas modalidades. Tal vez el ejemplo más simbólico sea la propuesta de inclusión de las mujeres, indígenas, afrodescendientes  y comunidades campesinas al mercado laboral a través de las plataformas digitales. Una propuesta que también ofrece micro-créditos y fuerza a la bancarización, un paquete que utiliza la inclusión como escusa para bancarizar, endeudar y someter a los sectores que aún no serían “formalmente productivos”, según la lógica del sistema dominante.

Frente a la profundización de la precariedad y de la crisis de sentido respecto del trabajo, los sindicatos y movimientos de personas trabajadoras intentan organizarse para dar una respuesta que pueda garantizar los derechos y disputar los medios de organización de este nuevo modelo. Sin embargo, aún es poca e insuficiente frente a la velocidad y el alcance con la cual las empresas logran instalarse. La pregunta que hacemos desde Virginia Bolten es: ¿cómo podemos crear y fortalecer las alternativas desde abajo,  por afuera de las garras de las instituciones político-empresariales?

 

[1] El Sistema Previsional contempla Jubiladxs, pensionadxs, beneficiarixs de las asignaciones familiares y de la Asignación Universal por Hijx.

Fuentes:

ABÍLIO, Ludmila. Uberização do trabalho: subsunção real da viração

RIFKIN, Jeremy. “TECNOLOGÍA CAMBIANTE Y REALIDADES DE MERCADO” en:  El fin del trabajo