Los días 28, 29 y 30 de noviembre fueron intensos en Buenos Aires,  donde se reúne el Grupo de los 20. Organizado por un abanico de casi sesenta organizaciones sociales y políticas argentinas y de otros países, la Confluencia Fuera G-20/FMI  organizó  una Cumbre de los Pueblos y desarrolló foros temáticos con el objetivo de plantear una alternativa a la agenda oficial del G-20.

El Foro de Bienes Comunes y Soberanía, más allá de caracterizar el momento por lo cual pasa la región frente la profunda crisis y las consecuencias de las políticas de destrucción del medio ambiente, también plantea alternativas sistémicas al modelo dominante.


 

Foro Bienes Comunes y Soberanía

Fuera G-20/FMI

 

Buenos Aires, 28 de noviembre de 2018

Existe una ofensiva colonial, imperial, con una fuerte presencia de EE.UU en toda nuestra región, con el objetivo de  militarizar, apropiar y controlar bienes comunes y territorios: vemos la presencia de bases militares, estrategias de conflictos explícitos y no explícitos.

Se rompe la línea que divide  defensa y  seguridad. Vivimos un regreso a la doctrina de la seguridad nacional. Para las fuerzas armadas en toda América Latina, el enemigo vuelve a ser el propio pueblo.

Nos llaman terroristas, disidentes. Nos criminalizan por dialogar y reflexionar críticamente. Nos tildan de  peligrosos.

Es un contexto donde el extractivismo es política pública, autorizan actividades a empresas transnacionales para actuar en los territorios, mercantilizan todo.

Estamos enfrentando un conflicto a nivel mundial. Es la era del antropoceno, del capitaloceno.  Es la era del cambio climático y del calentamiento global. Es también la era del capitalismo intensivo, de la privatización total.  Este modelo busca avanzar sobre bosques, campos, territorios indígenas. Es la acumulación por desposesión, es la colonialidad, el patriarcado, el racismo, la xenofobia.

El contexto está atravesado por la narrativa del desarrollo, por los discursos que se aferran a un extractivismo que se supone nos va a beneficiar. También es parte del contexto la colonialidad, la aceptación del poder del dominador y la clausura de nuevos caminos.

25 años de tratados de libre comercio, tratados bilaterales de comercio, de inversión y otros, que no traen prosperidad sino que degradan a la naturaleza y violentan nuestros derechos. Los Tribunales Arbitrales Internacionales protegen a las empresas, no a nosotres. Sin embargo resistimos y la Alianza de América Latina sin TLC, que nace en el mismo momento en que estamos dando la pelea contra el Grupo de los 20 en la Argentina,  es un esfuerzo para reunir las experiencias de diversos países y para seguir con esta lucha desde abajo. Debemos detener la mentira de los tratados de libre comercio.

Apoyamos la lucha por el Tratado Vinculante de las Naciones Unidas sobre Transnacionales y Derechos Humanos, impulsado por la Campaña Global para reivindicar la Soberanía de los Pueblos, Desmantelar el Poder Corporativo y Poner Fin a la Impunidad.

Somos nosotres la esperanza, nos vamos a encargar de construir otro mundo posible.

Lo vivimos por ejemplo en la lucha contra Monsanto  en Córdoba, donde las resistencias se alimentan de la ciencia, la técnica y el saber popular. Esta experiencia permite entender que las acciones colectivas y de organizaciones también son parte  de este contexto.

No se respetan los territorios de los mapuches, como en Los Toldos,  nos fumigan y enferman. Las empresas de agroquimicos y los gobiernos intentan convencernos que no hay más otra forma de producir y consumir.

La agricultura intensiva necesita fertilizantes, aunque no resuelva para nada el reto del hambre en el mundo cómo lo quieren hacer creer los líderes del G-20. En la región de Marruecos, y del Sahara Occidental, hay una gran fuente de fosfato que se usa como fertilizante para la soja y el maíz transgénico. Argentina importa la mayoría de su fosfato de EE.UU que estuvo extraído en Marueccos. En el Sahara Occidental, hay un gran yacimiento de fosfato, y entonces un conflicto geopolítico que involucra a varios actores. Ahí no se aplica el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Hay muchos saharauís que tuvieron que exiliarse pero la lucha sigue en los territorios.

Se necesita un trabajo de concientización contra todo tipo de colonización, sea china, europea o estadunidense. Ellos acaparan las tierras y promueven los transgénicos.

En Punta Querandí, los mega emprendimientos inmobiliarios crean barrios privados sin tomar en cuenta el rechazo de la población. Elevan terrenos para la gente más rica, lo que genera inundaciones y contaminación.

En Puerto Madryn y En Andalgalá, hace más de 20 años que los gobiernos de Chubut y Catamarca apoyan la megaminería, violando los derechos humanos. Las empresas llevan a cabo un ecocidio, gastando electricidad y cientos de millones de agua por año cuando la población carece de agua dulce. También muchas universidades están financiadas por estas empresas.

En la Amazonia del Ecuador el pueblo ha resistido a una de las empresas más contaminantes del mundo, Chevron/Texaco. Estas empresas tienen sus inversiones garantizadas con el apoyo gubernamental.

Las empresas siempre buscan a sus intereses sin pensar en el bienestar de la población. En los centros urbanos, como Buenos Aires, la contaminación, la desigualdad, la mortalidad infantil, el aumento de enfermedades, la falta de agua potable asi como su privatización y la reducción de la esperanza de vida son una evidencia de que los privilegios de las corporaciones están por arriba de la necesidad de los pueblos, es una decisión política.

Por otro lado, el pueblo en lucha ha logrado prohibir actividades mineras a cielo abierto y el uso de químicos tóxicos, como en Córdoba. La asamblea El Algarrobo de Andalgalá, desde hace ocho años viene marchando contra los proyectos mineros. En Puerto Madryn,  se crearon asambleas y grandes movilizaciones. La comunidad de Punta Querandí ha organizado actividades que difunden la visión del ser humano como hermano de la naturaleza.

Los movimientos villeros en Buenos Aires tienen 70 años de historia. Teniendo en cuenta que el Estado no se hace cargo del problema del hambre y de la educación, estos movimientos crearon comedores y escuelas populares.

Tejiendo alianzas, se intenta de llevar acciones multidimensionales y multidisciplinarias. En Ecuador, la lucha contra Chevron es un ejemplo de resistencia transfronteriza y transgeneracional.

Sabemos que son muchos nuestros desafíos. Sin embargo, la invisibilidad de nuestras luchas en los medios hegemónicos, la criminalización y represión de militantes y comunidades también hace que avancemos en nuestras estrategias de resistencia y en nuestra construcción de salidas colectivas y alternativas a este sistema que nos oprime.

La crisis es sistémica y por ello nuestras propuestas también son sistémicas. Estamos  construyendo una respuesta con esta Cumbre de los Pueblos.

Esta reunión del G-20 es marcada por una guerra económica entre China y Estados Unidos que tendrá consecuencias hacia nuestros bienes comunes. En este clima ideológico de la posverdad, sabemos que primero las luchas se dan en las calles y el electoral viene después; porque crece la política xenófoba, antidemocrática, racista, misógina, aporofobica y de austeridad con Trump, Bolsonaro y Netanyahu.

Frente al negacionismo climático y del efecto de la industria fósil en un contexto de crisis civilizatoria y del límite planetario y en donde los Estados Unidos quieren avanzar para saquear nuestros bienes comunes y reforzar el calentamiento global, nos encontramos en la emergencia de cambiar la matriz energética hacia energías renovables y hacia otro tipo de democracia.

Para frenar la crisis, tenemos que luchar contra el sistema capitalista, racista, colonialista y heteropatriarcal que atenta contra la vida. La  justicia social, de género,  económica y ambiental van de la mano. El cuerpo de las mujeres y cuerpos feminizados son comprendidos como recurso que puede ser apropiado. Buscamos la autonomía, rompiendo la lógica del rol social de reproductoras y cuidadoras. Sabemos que somos las más afectadas por las crisis, sobre todo les disidentes, negras y pobres. Las mujeres indígenas siguen proponiendo vida y recuperar el buen vivir, la unidad entre los pueblos y la reciprocidad de la naturaleza como un derecho para todes. Queremos un estado plurinacional.

La  energía es la base del modelo de desarrollo y acumulación. Los megaproyectos, como la autorización del fracking en el yacimiento de Vaca Muerta, son una amenaza. Por ello, es estratégico hablar de soberanía, sobre todo frente a la concentración del consumo de energía. Queremos construir un proceso colectivo hacía la soberanía energética, donde el lugar de producción sea el lugar de consumo y en donde localmente se pueda decidir qué, cómo y para quienes producir energía. Sin embargo, sabemos que una alternativa sistémica sólo es posible quitando el poder a las grandes empresas que impiden la democracia real. En  horizonte ecosocialista, sin fetichizar las luchas y buscando unidad y diversidad, queremos energías limpias sin pérdida de soberanía, planteamos la energía no como mercancía y sí como derecho.

El sistema agroindustrial está en crisis, generando hambre, enfermedades, producción que no alimenta a todes, aunque controlen el 65% de las tierras agropecuarias. Plantean falsas soluciones como  la agrotecnología de precisión, agrotóxicos, nanotecnología y transgénicos. Mientras tanto, asistimos a una creciente concentración de tierras y financierización de los alimentos. Contra eso queremos soberanía alimentaria de la mano de la agroecología. Nuestras semillas son bienes comunes y deben estar en las manos de los pueblos. No son mercancía. En el eje de infraestructura de la agenda del G-20 sigue planteando el crecimiento infinito y la realidad es que el 1% de la población mundial concentra más riqueza que el 99% restante. Queremos agricultura familiar campesina e indígena, otro modelo que no sea hipermercadista, con producción y consumo local. Sabemos que es posible porque ya lo estamos  construyendo en los territorios.

El progresismo extractivista no nos representa, es necesario pensar una confluencia entre las izquierdas y los movimientos sociales.

América Latina tiene su rol proveedor de materia prima en la División Internacional del Trabajo y este es un  hilo colonial. No existe modernidad sin colonialismo. Las feministas y el movimiento de mujeres y disidencias hemos articulado nuestras posiciones de manera transversal y este es un modelo a seguir. La ecología política en América Latina permite independizarse.

Estamos comprometidas/as en la lucha por la emancipación. Está nítido que estamos frente a una brutal ofensiva neoliberal en todo el mundo. Hay una etapa de crisis que se caracteriza por disputas en el interior de las clases dominantes, con la  necesidad de avanzar sobre los derechos y que impulsa la mercantilización de la vida en todos los niveles. Todos les presidentes en los últimos años han promovido contrarreformas laborales y medidas de austeridad.  Al mismo tiempo, hay resistencias.

Por ello, seguiremos internacionalizando las luchas y fortaleciendo las batallas de las mujeres contra la violencia de género. Seguiremos en la lucha contra FMI y austeridad, contra el patriarcado, contra el calentamiento global, contra el despojo y contra el fascismo neoliberal, entendiendo que descolonizar los saberes antecede las luchas y el acto colectivo.