Las FARC lo acaban de dejar nítido: el futuro de la izquierda colombiana depende de enfrentarse al militarismo

Luego que volvieran a las armas importantes comandantes de la guerrilla colombiana, es un buen momento para hablar sobre el militarismo que tratan de reivindicar y las perspectivas a futuro dentro de la izquierda en ese país.
Oscar Vargas
Una de las reflexiones más importantes que deja el proceso de desmovilización de las FARC, y el rearme de algunos de sus más importantes líderes, tiene que ver con las formas que la izquierda utiliza para enfrentar al capitalismo, entre otras de las estructuras de dominación que oprimen. Gracias al actuar de esta organización armada, se ha podido entender que el futuro de la izquierda está determinado por las formas en que se organiza y no solo en sus objetivos. Y esto es así porque representa como una parte de la izquierda se ha construido históricamente: defendiendo la constitución de ejércitos para tomarse el poder del Estado o usándolos para mantenerse en él.
Y que no se malentienda, no tiene nada que ver con el uso o no en general de la violencia, esa es otra discusión que amerita su espacio aparte. Tiene que ver con el crear estructuras profundamente desiguales, que concentran el poder en muy pocas manos y exigen la lealtad a sus afiliados y la obediencia de las comunidades en que operan. Estas estructuras jerárquicas de carácter permanente, que además controlan comunidades por ser la autoridad armada, tienden a construir unos liderazgos que se enquistan con el tiempo y que les permiten ejercer una influencia para lograr sus intereses individuales, sin necesariamente estar en relación con los ideales que defienden.
En parte esto es resultado de no cuestionar los medios que se utilizan para conseguir los fines, práctica extendida entre la izquierda global durante el siglo XX; en distintos escenarios se ha defendido la idea que primero debe ganarse las guerras, a costa de lo que sea, porque al final se podrá hacer la revolución. En esta práctica, los ejércitos terminan siendo un mal necesario que, a pesar de las atrocidades y desaciertos de sus comandantes, conducen al bien deseado de la sociedad igualitaria. Sin embargo, gracias al socialismo del siglo XX como el del XXI, se ha demostrado que los ejércitos que llegaron al poder se convirtieron en las nuevas clases dominantes de los territorios, sumidos en la misma lógica estatal que combatieron. Los ejércitos que lucharon por la libertad se transformaron en los partidos que dominaron de forma paternalista por décadas: el gran líder o el sabio partido siempre entendía lo que sus súbditos necesitaban.
En los casos que no lograron vencer a su contrincante, los ejércitos guerrilleros se convirtieron en un poder local en medio de la permanente confrontación con sus enemigos. En esta confrontación todos los actores armados, fueran de derecha o izquierda, colocaron a la población bajo un confinamiento permanente, el disciplinamiento de los cuerpos y el control total de las actividades públicas. Allí la guerra suplantó completamente la revolución y en medio de las balas el color de la ideología de los muertos daba igual: murieron sin sentido seres humanos. Aunque se cubra de sacrificio, la muerte de esas personas dejó proyectos sin realizar, familias incompletas, esperanzas sin futuro… no hay sacrificio que justifique eso.
Esto permite plantear que la transformación de la sociedad capitalista no puede hacerse mediante la construcción de estructuras desiguales para tomar decisiones, porque estas estructuras terminarán convirtiéndose posteriormente en los sistemas políticos de las sociedades supuestamente liberadas. Hay suficientes ejemplos en la historia de cómo ha salido mal, pero el más cercano es el ejemplo de la guerra colombiana: 50 años dejando comunidades absolutamente fracturadas y con sus proyectos colectivos limitados casi por completo; el control militar de las vidas aún sigue siendo la tragedia que tienen que vivir miles de personas alrededor del país.
Lo más complicado es que Colombia ha sido uno de los laboratorios más intensos de este militarismo guerrillero revolucionario: más de 30 organizaciones de este tipo han existido, las cuales han confrontado además del ejército oficial a varios otros ejércitos paramilitares. La cultura política de la izquierda y de la derecha ha cimentado la idea que esta es, si no la única, la mejor forma de materializar sus proyectos políticos. Esta realidad ha limitado profundamente la creatividad política, caricaturizando e infantilizando las otras formas de hacer. Sin embargo, la resistencia de las comunidades a lo largo del país ha demostrado que otras formas políticas son posibles y que el organizarse en ejércitos no es ni la única ni la mejor estrategia. Organizaciones indígenas, campesinas, estudiantiles, feministas, barriales… distintas experiencias han intentado desligarse de las jerarquías armadas y construir sus propias utopías desarmadas.
Tampoco puede idealizarse a las comunidades organizadas por el ser oprimidas, ya que dentro de sí aún abunda el machismo y el neocolonialismo en su forma de actuar. Lo que sí se puede es potenciar, visibilizando y reproduciendo, todas aquellas formas no militaristas en que la gente construye su realidad y desde la práctica, sin tanta retórica discursiva, le dice no a la guerra. Cincuenta años de militarismo en la izquierda han llegado a su punto más débil hoy cuando, luego de ser derrotadas militarmente y traicionadas políticamente, las FARC demuestran que otras formas de hacer política son urgentes dentro de la izquierda revolucionaria. El futuro de la izquierda debe girar al antimilitarismo, como apuesta ideológica y práctica, iniciativa que merece tener mayor protagonismo en los años por venir.