EDITORIAL

Hoy se cumple un año de la desaparición de Santiago Maldonado. El asesinato de Santiago inaugura un nuevo momento para los movimientos sociales y para las luchas contra el sistema. No ignorando todos los hechos criminales que ocurren todos los días por la mano del Estado, sin embargo comprendiendo el significado de una desaparición seguida de muerte en este territorio donde los/las 30 000 siguen vivos/as  en la memoria colectiva.

Estamos pasando por un período de fuerte militarización, represión y avance sobre los territorios por parte de grandes empresas combinado con la complicidad del Estado y de los medios de comunicación hegemónicos. A nivel global, las redes sociales y la dinámica de la industria de las noticias falsas sostienen narrativas insólitas y sin ninguna base factual creíble. La era de la posverdade es también un momento de retorno al negacionismo científico.

A pesar de las evidencias que dan cuenta que el cuerpo de Santiago fue plantado, las autoridades buscan esconder los hechos y proponen que “hay científicos y científicos”, es decir “me sirve o no me sirve”. Nada distinto se podría esperar de un gobierno cuyos representantes dicen en conferencia de prensa sobre las “Buenas Prácticas Agrícolas” que “los agrotóxicos no causan daño alguno a la salud humana” en su afán por seguir beneficiando a la industria del veneno y a los terratenientes –responsables directos por el desplazamiento de los pueblos originarios y de compesinos/as–.

El asesinato de Santiago por el Estado dejó el territorio denominado Argentina en alerta y, lamentablemente, la secuencia de acontecimientos es prueba de que hay un plan de persecución contra los pueblos originarios: el asesinato de Rafael Nahuel, las arbitrariedades en el caso de Facundo Jones Huala, la tortura sufrida por Ivana Huenelaf. Éstos no son hechos aislados, es en respuesta a la resistencia, es un plan para incriminar y luego justificar el genocidio contra los pueblos originarios –cuerpos resistentes al sistema, pero también sobrevivientes–.

Según la organización no gubernamental Global Witness, Latinoamérica es la región que más asesina personas socio-ambientalistas en el mundo. En el año 2017, fueron registradas más de 200 muertes. El contexto del genocidio en curso está relacionado a la explotación agrícola dominante y la reivindicación por el cuidado de la tierra.

Este año, Argentina recibirá la reunión del G20, uno de los ejes centrales en debate es la “seguridad alimentaria”. La agenda del G20 propone que, para resolver el problema del hambre en el mundo, es necesario aumentar la producción de alimentos en uno 70%. Plantea que las regiones donde la demanda es mayor, no disponen de “recursos naturales”: agua y tierra. Hoy, en el mundo, se produce alimentos suficientes para alimentar a 12 mil millones de personas. Los números evidencian que el problema no es la producción, sino la distribución y el destino de lo que se produce.

En un contexto de crisis civilizatoria, generada por este mismo modelo productivo dominante, la construcción de una salida es nítidamente un retorno a las prácticas de cuidado con la tierra y la biodiversidad. Los pueblos originarios y campesinos/as son los actores que pueden construir la mejor alternativa. Santiago fue asesinado por estar en esta trinchera. Desde Virginia Bolten preguntamos ¿qué mejor homenaje a nuestro compañero Santiago que seguir construyendo y apoyando esta lucha?

 

Fuentes:

https://www.globalwitness.org/en/campaigns/environmental-activists/a-qu%C3%A9-precio/

https://t20argentina.org/es/la-seguridad-alimentaria-en-el-contexto-del-g20/