Por Leo Custodio

El palmitar existe. Sé que existe porque yo palmito. Es doloroso e incómodo asumir eso, pero hay que hablar: yo siempre palmité.

También es urgente. El palmitar – hombres negros privilegiados se relacionan con mujeres blancas – me parece una de las caras más crueles del racismo estructural en que vivimos.

* Este texto fue escrito originalmente el 30 de septiembre de 2016. Ediciones y enlaces fueron agregados el 5 de noviembre de 2017.

El palmitar es un acto racista cruel por su sutileza.

A primera vista, parece sólo una cuestión de afecto (luego incontrolable e irracional como la pasión y el amor) combinada con elección individual por aquella con quien se va a vivir una relación.

Pero eso no es todo. Es complejo.

Es una combinación de afecto con cuestiones estructurales (desigualdad, machismo y racismo) que vivimos desde niños con vínculos y disputas de poder en diversas relaciones con lo cotidiano durante el crecimiento.

Por esa urgencia y complejidad, decidí escribir.

Este no es un texto de autodefensa. Como dije, por más doloroso que sea, me asumo como alguien que siempre palmitó.

Así, lo que quiero en este texto no es crear una regla o probar una verdad. Sólo quiero reflexionar en busca de respuestas. Respuestas para mí que tal vez sirvan para otras personas.

¿Qué factores me influenciaron para hacer que todas mis relaciones duraderas, incluso mi matrimonio, hubieran sido con mujeres blancas?

Mi idea es reflexionar sobre mi experiencia (cosas que recuerdo haber vivido y visto vivir) para trazar una genealogía del pálmito.

Creo que ese tipo de conversación es fundamental si queremos confrontar el pálmito como un fenómeno social que afecta sobre todo a la vida de las mujeres negras.

CONTEXTO

Primero, necesito presentar el contexto donde nací y crecí desde la década de 1980.

Crecí en Magé, en la Baixada Fluminense de Río de Janeiro. De mi infancia hasta mis veinte y tantos años cuando me mudé, negros y blancos vivían próximos y distantes al mismo tiempo.

Como la ciudad es pequeña, la convivencia siempre ha ido muy cerca. Pero al mismo tiempo, blancos eran y todavía son proporcionalmente mejores de vida que negros.

En ese contexto, yo estaba en el medio.

Por ser negro y vivir en un barrio de clase media baja, convivo en la calle con mis pares negros, la mayoría más pobre que yo.

Al mismo tiempo, tuve el privilegio de estudiar en escuelas particulares y cursos de inglés en la ciudad (donde estudiaban los hijos de la clase media baja y de la clase media alta de la ciudad).

En esos ambientes, convivía con negros parecidos a mí en términos socioeconómicos y con personas blancas que tenían un nivel de vida más alto del que tenía.

 

RAÍCES DEL PALMITADO EN LA INFANCIA

Desde la infancia, esa configuración social ya presentaba conflictos sociales y raciales.

Recuerdo vagamente de situaciones en las escuelas particulares cuando me sentía tímido y nervioso en presencia de muchachas rubias y claritas.

Ellas eran las niñas que todos los niños, blancos y negros, querían pasar más tiempo juntos. Hacíamos favores, escribíamos versos y las protegíamos de los compañeros más pestes.

Ellas parecían gustar la atención, pero el encanto acababa para nosotros, los “neguitos”, cuando empezaba el coro: “¡está saliendo! ¡Esta de novio!”

En esos momentos, algunas reaccionaban con un “Dios me libre!” O “Para! Mi novio es el [niño clarito con cara de comercial de TV]”.

¿Y dónde estaban las muchachas negras?

En el rincón.

Algunas sufrían exactamente el mismo tipo de cosa que los niños blancos y negros sufrían en la mano de las niñas blancas.

Las negras jugaban juntas con la gente, pero cuando los gritos de “saliendo” comenzaban, todos, blancos y negros, salíamos diciendo: “Dios me libre!”

La implicación – o bullying, como se dice hoy – también era muy común. Se implicaba con la ropa, la falta de dinero para merienda y otras marcas de pobreza. Los más pobres, blancos y negros, eran blancos.

Se implicaba también con el color de la piel, con el pelo y otras marcas raciales. Negros eran los blancos.

Para nosotros, los niños negros, una forma de no ser objeto de implicación era aliarse con los blancos implicantes.

En ese entonces se veían negros llamando a otros de “mono” en disputas de quien era o no negro (cuando auto-declarábamos ser “moreninho”, “mulatinho” y otros términos para amenizar el “problema” de la negritud).

¿Y las muchachas negras?

Ellas eran objetivo de todos, niño, blanco y negros, y niñas blancas.

Eran las “feas”, las que tenían “pelo malo de alheña”, las que tenían “cara de empleada”, las que parecían bicho, los jaburus y otros adjetivos brutales.

Eso todo antes y durante la preadolescencia.

Eran niños que ya reproducían las reglas adultas de distinción entre personas bonitas y feas, buenas y malas.

¿La base? Preconcepto de clase y racismo.

En esa reproducción, ya aprendíamos que el nerviosismo del amor infantil venía con las blanquitas. Para las negritas, quedaba la implicación generalizada.

 

PALMITACIÓN EN LA ADOLESCENCIA

En la adolescencia, esa distinción entre las niñas negras y blancas ya estaba sedimentada y se extendía en la cabeza de nosotros niños negros y blancos.

En ese momento, la desigualdad y los privilegios tenían aún más relevancia, aunque la implicación brutal hubiera quedado atrás.

En mi época de la escuela particular donde las personas blancas eran la mayoría, los alumnos y alumnas que se quedaban o se enamoraban entre sí tendían a ser blancos.

No recuerdo ver – y con certeza no viví – alguna relación interracial larga en ese contexto.

Para los blancos y las blancos, los niños y las niñas negras parecían ser más los compañeros leales y confidentes que candidatos a novios o novias.

Para mí, fue la época de las pasiones platónicas, como puede ahora parecer obvio, por las niñas blancas.

Por las muchachas negras, el sentimiento era de profunda amistad.

O desprecio.

Un factor importante de aquel momento, en la década de 1990, era la “valorización” del hombre negro. Con la ascensión y el aumento de espacio de negros en la televisión y en las radios, ser “negado” fue poco a poco convirtiéndose en algo “positivo” en la sociedad.

“Puse” valorización “y” positivo “entre comillas porque el momento no era nada más que la hipersexualización del hombre negro.

 

La objetivación del cuerpo negro es mala, obvio. Pero piense por el lado del adolescente negro que hasta entonces era rechazado por la mujer blanca que él siempre fantaseó y anheló?

Ser negro de buen porte físico, simpático y / o capaz de bailar alimentaba la fantasía de las niñas negras y … blancas. “Me encanta un negrón”, decían algunas rubias y blancas.

Para muchos de nosotros, hombres negros, fue la oportunidad de finalmente tener una mujer blanca como las de las novelas en nuestros brazos.

Para tantos otros, fue la oportunidad de sentir sus cuerpos blancos como aquellos de las actrices porno que todos asistimos.

Para otros, fue la hora de la venganza contra los niños blancos. La niña blanca era algo como un trofeo en la disputa machista de los niños.

¿Y la niña negra?

Si las de la escuela eran amigas inseparables, las de la calle eran los objetos desechables de deseo sexual de niños negros y blancos.

Era con ellas que nos gustaba jugar de pique-esconde. Eran ellas que besábamos detrás de las cajas de sonido en el baile funk. Era con ellas que salíamos en noches secretas de placer.

Si la hipersexualización del hombre negro ganó fuerza “positiva” en los años 1990, el mismo tipo de proceso ya ocurría con la mujer negra desde siempre. Sólo que no tenía nada positivo.

La idea de la mujer “fácil” de la calle siempre estuvo, en nuestro imaginario, relacionada a la mujer negra. Y lo sabíamos.

Tanto sabíamos que cuando había una niña negra que creíamos estar fuera del patrón de la mujer fácil, adjetivos como “negra de respeto”, “negra linda” y “negra de élite” brotaban entre nosotros, niños negros y blancos, como categorización.

Al mismo tiempo, no recuerdo haber escuchado entre niños negros ese tipo de comentarios sobre blancos. Aunque eran consideradas feas, eran blancas.

Sólo quien denunciaba la feal de las blancas eran los blancos. Así entonces muchos de nosotros, niños negros, se aprovechaban del descarte para tener nuestro deseo por la niña blanca satisfecho.

¿Existían relaciones serias entre negros y negras en aquella época?

Claro que sí. Sólo que en general el novio y la novia en esos casos tenían la escasez de privilegios en común. Eran similares social y económicamente en la parte inferior de la jerarquía de clases.

Así, también eran semejantes excluidos de las posibilidades de tener una relación interracial (a no ser, nítido, si hubieran personas blancas en el mismo nivel social).

 

LA PALMITACIÓN COMO PRIVILEGIO

Entonces, la cuestión de la elección -que muchos de los que se sienten ofendidos con el término palmitado usan como defensa- queda problematizada.

Elegir con quién quedarse es un privilegio generado por privilegios.

En ese caso, la probabilidad de que un niño negro pobre pueda elegir quedarse con una niña blanca es significativamente mayor que la probabilidad de que una niña negra escoja quedarse con un niño blanco.

Él, como negado corpulento, encantador e hipersexualizado tal vez pueda elegir vivir un romance interracial. A la niña negra pobre, le queda ser escogida por blancos o negros y esperar para que no sea sólo por el placer de la carne.

Con todo eso, las condiciones de vida que tuve en la adolescencia parecen haber sido factores fundamentales que facilitaron mis decisiones palmiteras.

Yo tenía muchos privilegios.

Yo era educado, gentil y sabía reproducir modos blancos como los negros más pobres no conseguían. Yo tenía una cierta condición financiera que me insertó en contextos predominantemente blancos. Muy temprano me volví profesor de inglés, que generó un privilegio y un respeto enorme en mi pequeña ciudad.

Estos tipos de factores contribuyeron a que yo pudiera ser respetado y deseado por las niñas y más tarde mujeres blancas con las que conviví.

Es decir, pude escoger.

Y considerando toda la carga negativa con la que se convive en relación a las mujeres negras, combinada con toda la fantasía nutrida desde la infancia por mujeres blancas, mis elecciones para relaciones largas siempre fueron mujeres blancas.

Además, tenía el sentimiento machista de venganza:

yo había tenido poder para quedarme y enamorarme de chicas que los blancos que me despreciaban deseaban. Es decir, no era sólo fantasía por las blancas, era un poco de rabia a los blancos.

¿Y con las muchachas negras? Amistad, casualidad y en términos afectivos, desprecio.

 

PALMITAR Y REPRODUCCIÓN DEL RACISMO ESTRUCTURAL

¿Palmitar fue algo deliberado e intencional?

Mi respuesta honesta y dolorosa es sí.

El hecho es que nunca me abrí emocionalmente a una mujer negra. Creo que nunca me abrí a propósito.

Si quedaba con niñas negras. Hasta recuerdo que me gustaba estar con algunas. Pero cuando golpeaba el soplo de vulnerabilidad de la pasión y el amor, terminaba la relación antes de empezar.

¿Por qué?

Creo que por todos los factores relacionados a la valoración de la mujer blanca y del repudio a la mujer negra que describí antes.

La imagen de la mujer “para enamorarse” siempre fue blanca. Y eso me llevó de novio a muchachas y mujeres blancas de forma mucho más duradera.

Es decir, fueron sí elecciones. Escogí porque tuve la oportunidad de elegir. Elegir sin pensar.

¿Y cómo estas elecciones se relacionan con el racismo estructural de nuestro día a día?

Esta es otra pregunta que surge entre nosotros que da escalofríos. Es ella también que deja tantos negros que palmitan como yo a la defensiva, desesperados y / o revueltos.

Ya pasé por esa fase de negación también, pero hoy comprendo y admito que reproduje en mis relaciones el racismo estructural de la sociedad en la que crecí.

Por eso vivo la paradoja dolorosa que muchos otros negros politizados viven:

el palmitamiento definió mi vida afectiva aunque hoy me siento mucho más comprometido en causas antirracistas que en cualquier otro período de mi vida. Admito que actúo por toda mi trayectoria afectiva aunque haya sufrido y que ahora luche contra el racismo.

¿Es incómodo asumir este hecho?

Sí. Me duele.

También es demasiado confuso tratar con características preconcebidas que percibimos en nosotros mismos. Pero es muy preciso. Es necesario y, como dije al principio, muy urgente. ¿Pero cómo?

 

PARA LIDIAR CON EL PALMITADO POR LA RAIZ

Siempre me siento pensando en cómo sería mi vida hoy si en mi infancia y adolescencia había tantas discusiones sobre los matices más sutiles y crueles del prejuicio racial entre negros.

Hoy en día, por ejemplo, veo a jóvenes negros tan o más privilegiados que yo saliendo en serio con negras en una cantidad que no existía en mi adolescencia.

En mi opinión, esto se relaciona mucho con la ascensión y la popularización del feminismo negro en Brasil. La fuerza colectiva de las mujeres negras han forzado a hombres negros como yo a cuestionar los propios privilegios y prejuicios.

Al mismo tiempo, ha contribuido a que los niños negros crezcan valorando la belleza de la mujer negra y abrir su afecto por ellas.

Y es así, discutiendo, conversando, problematizando y encarando la cuestión del palpamiento que vamos a poder lidiar con la negación de la mujer negra -el problema esencial de esa conversación entera – por la raíz.

Y para el éxito de esa reflexión en la sociedad, es fundamental que los hombres negros contribuyan con este tipo de (auto-) reflexión.

Y lo más importante: que la cuestión del pálmito y del racismo estructural no queden sólo en la red. El cotidiano sigue repleto de situaciones de reproducción de racismo entre nudos negros.

Algunas veces, por ejemplo, oigo a niños de mi calle cuando estoy en Magé reproduciendo las mismas implicancias de mi época.

¿Cómo intervenir? ¿Cómo actuar?

¿Cómo conversar con niños y jóvenes sobre la relación de afecto entre negros en una sociedad que aún valora la belleza sobre todo femenina como algo blanco?

¿Cómo desde temprano estimular el cuestionamiento al machismo que humilla, objetiva y descarta a la mujer negra?

Lidiando con el palmito desde su raíz es una emergencia en el cotidiano. Y hombres negros no pueden eximirse de esa lucha como si no fuera nuestra también. Para eso, poner la cara, asumir nuestros propios prejuicios y oír (no sólo escuchar) las mujeres es el primer paso.

Traducción al castellano de la nota publicada primeramente en,

Como palmiteiros nascem? Uma reflexão de quem sempre palmitou